Tengo un pequeño guion redactado que voy modificando conforme pasan los meses, en el que tengo escritos los temas que quiero contarles. Por supuesto que muchas veces los acontecimientos van marcando el artículo mensual y otras tantas no sigo el orden que marqué en un principio (que por otro lado no era un orden determinado) y salto al tema que más me seduce en el momento.
Es posible que esto les pille ya a muchos de ustedes en la playa o recién salidos de ese invento, cuanto menos extraño, que son las recuperaciones de julio, que de un solo plumazo acaban con las alegrías post exámenes de junio y con lo más bonito que tenía la Universidad, que era la convocatoria de septiembre, donde, como en los peores sitios y a las peores horas, siempre estaba la mejor gente.
Hoy voy a hacer el más difícil todavía: les presento el único rincón de Internet en el que no vamos a hablar (más) de las elecciones al Parlamento Europeo, ergo de Pablo Iglesias, ni de la abdicación del Rey Juan Carlos I.
Les confieso que esta vez me ha costado elegir a qué lugar llevarles. No se asusten (o asústense), me queda cuerda para rato, pero trato siempre de buscar algo que prenda la mecha, un porqué, que esta vez me costó encontrar hasta que caí en que esta semana (la que empecé a escribir) se conmemoraban los 40 años de la Revolución de los Claveles, que es una excusa como otra cualquiera para visitar a nuestros vecinos ibéricos (realmente no es otra cualquiera, porque siempre que hay gente en las calles hemos viajado hasta donde tocara, ya fuesen las protestas turcas o este tufillo a pollo mundial que viene desde Ucrania; no lo podemos evitar, somos amigos de la revuelta). En cualquier caso, antes del viaje vamos a hablar de las flores, porque es una historia no sé si mejor que el Erasmus, pero por lo menos igual de buena y, de momento, bastante más trascendente, no me duelen prendas en reconocerlo.
Para los nacidos en los ochenta como es mi caso, cada día menos joven aunque igualmente farmacéutico, la historia de la Guerra Fría nos suena a algo lejano y viejuno. Los recuerdos puros que nos quedan (los que no hemos aprendido en los libros de historia, las películas y los documentales) son los de la familia pegada a la televisión el día que empezaron a tirar el Muro (de Berlín, claro) a martillazos y las múltiples apariciones de ese señor calvo que tenía una mancha morada en la cabeza y que se llamaba (y se llama) Mijaíl Gorbachov (no tiene mucho que ver, pero fíjense si los recuerdos son infantiles, que mi prima ochentera también, de tanto oír a mi tía llamar a ese señor Mijaíl, le acabo diciendo, mira mamá Tu Jalil).
Cualquier excusa es buena para tratar de conseguir una beca Erasmus; tanto si se es un estudiante excepcional que quiere mejorar su currículum y trabajar en las universidades más punteras en tal o cual campo, como si se es un estudiante menos brillante y se cree todavía que irse a Italia garantiza el aprobado con desfile militar y salves marineras. Valen excusas de tipo idiomático, desde mejorar el inglés, hasta adquirir un nuevo idioma que nos pueda ser útil en nuestra vida profesional (en nuestro campo despunta mucho el portugués, por ejemplo).
Viendo el título pensarán que llegamos un poco tarde. ¡Qué demonios! Que llego un poco tarde, que la culpa es solo mía, pero como se dice ahora en los mundillos políticos, en ese neolenguaje que usan algunos para tratar de pastorearnos, no es por mí, son las circunstancias. La diferencia entre esa afirmación política y la mía es que una es verdad
Imaginen un pequeño salón rectangular. Tiene dos puertas, una da a la calle y la otra conduce a la cocina. Enfrente de la puerta de entrada hay una cristalera semicircular que rompe la forma regular del cuarto. Las cristaleras van del suelo hasta el techo y sus puertas se abren al jardín de la casa. En ese medio círculo hay una mesa de escritorio de madera maciza, con una lámpara, muchos papeles y un teléfono.
No soy yo muy dado a contarles mentiras, pero en nuestro último encuentro lo hice. Por lo visto el famoso y flamante Erasmus for all se ha quedado en el camino. Se supone que el acuerdo se alcanzó en junio (mea culpa, que no estaba informado), aunque en muchos foros, entre ellos la propia página de la Comisión Europea, aún figura el nombre antiguo.
Siempre es difícil volver de vacaciones. Ustedes ya se habrán acabado de pegar con los exámenes de septiembre, donde uno siempre se encuentra a la mejor gente, y todo el pescado de este último curso ya está vendido. Ahora solo les queda pensar en lo que viene, que es un nuevo curso y con él, nuevos viajes, nuevos destinos y hasta un nuevo programa Erasmus.