Homero nos cuenta que sus contemporáneos se rasgaban las vestiduras en los funerales como muestra de dolor o de agravio, también en el Libro de los Reyes de la Biblia se describe ese gesto como un gesto regio de disconformidad. Actualmente no se estila demasiado realizarlo de forma literal, se consideraría un gesto de un dramatismo obsceno. De vez en cuando, también podemos observar a deportistas mediáticos, aquellos que viven del espectáculo, romper sus camisetas para poner de manifiesto que se sienten injustamente tratados por el árbitro o por el azar. Esa elevada carga dramática ha provocado que reservemos su uso para la escena o que la utilicemos, de forma retórica, como una frase hecha.
José Daniel Carballeira Rodríguez nos cuenta con nostalgia un episodio de su historia como si se tratara de un tráiler de su vida profesional: «Una vez, siendo muy pequeño, me escapé de un colegio. Era el primer día de clase, tenía unos 3 años y recuerdo perfectamente cómo subía corriendo por una cuesta con mi baby puesto con solo una idea: llegar a la farmacia de mi madre, que era mi casa, el sitio donde debía estar. Tuve que cruzar varias calles para llegar a la farmacia. Mi madre, tras el susto, no me volvió a llevar al colegio hasta la edad de escolarización obligatoria, así que todos los días iba con ella a la farmacia».
Estaba en la barra del bar con unas tapas y unas cervezas, y con mis colegas colgados de mis hombros de hombretón. Todos nos reíamos de las anécdotas que nos habían ocurrido durante la semana. Soy un sentimental. Puedo soñar, aún.
Es tiempo de castañas y tiempo de visitar la ciudad de los muertos, aunque vivamos bajo una invasión anglosajona nada sutil. Han desembarcado en nuestras playas con sus disfraces de esqueletos y zombis que, sin ningún pudor, muestran los escaparates de las tiendas de chinos. Aún no han podido borrar el olor y el calor de las castañas en la plaza de mi niñez. A menudo rebusco entre los recuerdos para encontrar algo que decir de la farmacia, que de eso se trata. Curiosamente esta vez lo que me atrapa es un icono de esta fiesta absurda para mí, pero que a tantos niños del mundo les gusta vaciar e iluminar su interior para que los fantasmas aparezcan en las paredes: las calabazas.
Incluso a los que nos gusta presumir de cierto inconformismo, a los que ya nos está bien pisar con tiento algún callo de vez en cuando, incluso a esos traviesos, nos ataca la añoranza de los tiempos en los que todo estaba bien atado. Ese orden inmutable y eterno que regía las cosas –en el fondo también a esos inconformistas– nos proporcionaba un agradable confort. La seguridad es una tentación que además se hace más intensa con el paso de los años.
No aprendemos. Nos emocionamos con los desfiles que llenan los senderos de gloria, las canciones acompañan a los jóvenes e invocamos a la divina verdad para tejer los uniformes y los estandartes. No aprendemos. Parece que necesi-temos una dosis de heroísmo como el yonqui su droga. Somos incapaces de prever el paisaje después de la batalla, ni tampoco hacemos caso de los viejos soldados que volvieron de la penúltima guerra.
El siglo pasado parece lejos, ¿no? Y aún más en estos tiempos en que, aunque nos digan que nada ha cambiado en lo que se refiere a su medida, lo que realmente percibimos es que los segundos se van acortando cada día. Todo pasa muy rápido.
Ana Teresa Jódar Pereña se licenció en Farmacia por la Universidad de Salamanca y en la Isabel I de Burgos en Nutrición. Posee un máster en atención farmacéutica por la Universidad de Valencia y es especialista en ortopedia por la Universidad de Alcalá de Henares. Actualmente es titular de la Farmacia Alcazarén, vocal de Ortopedia en el COF de Valladolid y en el Consejo de Castilla y León, y directora del Posgrado de Experto en Ortopedia de la Universidad Isabel I de Burgos.
Los cajones olvidados, como la memoria, van acumulando polvo. La memoria va superponiendo estratos, uno encima de otro. Pero incluso los más antiguos siguen allí. A veces por olvido, y otras por miedo, dejamos de visitarlos, a los cajones y a la memoria. Hay días en los que la nostalgia es capaz de vencer al olvido o a la cobardía, y una atracción poderosa te acerca a ellos y te pones a bucear en los recuerdos o a revolver las carpetas antiguas. O las dos cosas a la vez.