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  • La vida es un viaje

Hace bastantes años, cuando el mundo de la atención farmacéutica comenzó a asomarse a nuestras vidas profesionales, una colega de mediana edad me espetó que ella lo que tenía que aprender lo había aprendido ya. Fue, lo recuerdo bien, en una de esas reuniones que terminaban con una copa de vino español, denominación que nunca he entendido, por lo variados y contundentes que resultaban aquellos deliciosos ágapes que la crisis nos robó.

Con el tiempo, cambié de domicilio y coincidí con aquella colega como vecina en el barrio. Cada vez que la veía recordaba aquella frase, que suponía una forma de estar en la vida opuesta a la que yo me había planteado.
Dice el escritor francés Anatole France que todos los cambios, incluso los más ansiados, llevan consigo una cierta melancolía. Ese estado de ánimo me dominaba cuando la vi entrar en el supermercado. La vida da muchas vueltas, tantas vueltas que nos hizo coincidir tratando de rellenar la despensa de nuestra casa. Allí estábamos los dos, encargados de las ingratas obligaciones domésticas, la colega que todo lo había aprendido el día que abandonó la Facultad con su licenciatura bajo el brazo, y un servidor, que pensaba todo lo contrario y se había llevado veinte años acercándose con curiosidad a un mundo profesional nuevo.
De vuelta a casa, no dejé de pensar en ella mientras cumplía con mis tareas domésticas. No en vano, después de tantos sueños, ilusiones y no pocas peleas y discusiones, había terminado en el mismo lugar que mi colega, aunque ella se fuera luego a gestionar su farmacia y yo a limpiar unos cristales sucios tras una tarde de lluvia.
Después de cientos de pacientes, cursos y conferencias, después de visitar decenas de lugares maravillosos del mundo, después de compartir conocimientos, sueños e ilusiones con multitud de colegas profesionales, después de tantas risas, emociones y grandes momentos, a ella y a mí nos unía la lista de la compra y el no olvidarnos en casa la tarjeta de puntos del supermercado.
No era tristeza lo que sentía, ni sensación de fracaso. Siempre me consoló lo que una vez me comentó mi amiga Eugenia, socióloga, cuando en alguna ocasión le confié la frustración que sentía por aquel entonces al percibir que nada cambiaba en la profesión: «Los tiempos sociales son mucho más prolongados que los humanos, y por eso crees que las cosas no cambian cuando en realidad lo hacen sin remedio». Pero reconozco una cierta desazón al no haber visto cumplidos los sueños que anhelé cuando Paco Martínez y María José Faus me abrieron los ojos a este mundo nuevo.
Al tiempo que se estaba cerrando lo acompañaba otro nuevo que se abría. «Vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado muchas veces». Encontré esta frase de John H. Newman que, de algún modo, me daba la coartada perfecta. Lo había hecho varias veces en la vida, y lo que había sucedido después siempre había merecido la pena. Ahora no tenía por qué ser diferente.
Recorrer el camino de la vida con pasión, creer en lo que haces, contribuir a los cambios en la medida de tus posibilidades, estar abierto a nuevas experiencias, conocer personas, lugares..., vivir momentos inolvidables bien valen la cola de un supermercado. La vida es un viaje. Para Robert L. Stevenson, lo mejor de los viajes era ir y no el lugar al que uno se dirigía. Al fin y al cabo, ser lo que somos, y convertirnos en lo que somos capaces de ser, es la única finalidad de la vida. Ahí seguiremos.

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