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  • De difuntos a inocentes

De esa larga y falaz fiesta de despedida que casi comienza en cuanto se acaba el verano, de su impostura siempre me han fascinado dos días, el de Difuntos y el de Inocentes, por parecerme magníficos puntos de reflexión sobre el porqué de la nada. Nacimos con el pan de la nada bajo el brazo. El Día de Difuntos, no el del mercantil jalogüin, claro más bien el de los Muertos a lo mexicano o al primer Magosto con castañas del Bierzo, mejor si se interioriza de forma individual y con música de fondo.

Este año el Requiem de Verdi en el Teatro Real, brindando con cava en el balcón sobre la Plaza de Oriente. Su Dies Irae no es el de Mozart pero la letra sí. Ese pasmo del día de la ira cuando el mundo será reducido a cenizas, grande será el temor cuando aparezca el justo Juez a pedir cuentas y ¿a qué protector podré invocar cuando ni los mismos justos estarán seguros?

Gimo porque me siento culpable, ese sentimiento de culpa que nos inocularon de niños y que ahora sólo es de pena, sería tan agradable poder brindar con tantos y tantos seres queridos ya del otro lado de la fiesta. El recuerdo, la melancólica felicidad de la nostalgia, el asumir que todos tenemos los días contados y el que por más que imaginemos proyectos la vida no tiene remedio. La vida, esa broma o enfermedad de transmisión sexual de la que sólo te vengas cuando haces el amor. Un día para contemplarse ante una mismidad desnuda de vanidades y coartadas.

Y justo antes de acabar el año el fastuoso día de Inocentes, un punto para recuperar la ingenuidad que nunca debimos perder, inocente, inocente irrecuperable alegría infantil con tan ingenuos engaños. Ahora mismo con el coro báquico de Carmina Burana, todos esos goliardos, juglares borrachos con la vida en apuesta de muchos riesgos e interpelando a la Luna por su destino con la ingenuidad del escéptico. Escucha, nadie como el Orfeón Donostiarra para ponerlo en evidencia, es el entusiasmo de una carga de caballería ante una derrota sin remedio. Brindamos de nuevo con cava por más que ante el champán se detenga mi patriotismo, acaba y vámonos. ¿Quién habla de derrotas? Lo importante es conservar la inmortalidad mientras dure. Tan ingenua como esa fugaz mirada de amor eterno que cruzábamos con las niñas de nuestros ojos. Ahora esa niña está a nuestro lado, ¿qué más se puede pedir? La familia, los amigos, la cena de fin de año y una larga tertulia, ¿te acuerdas de tus tertulias de rebotica? Me acuerdo y quizá debiera terminarlas con frase memorable, es la costumbre. Volvamos a Verdi, se la pido prestada a Sparafucile, el sicario de Rigoletto, y sin venir a cuento afirmo:

– Soy un hombre de espada y nunca miento.

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