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  • El reinado de Witiza

La presencia de un rey godo en el título de una novela le concede a ésta la plusvalía de una incertidumbre que siempre es virtud en una trama con misterio. Algo o mucho se comentó en su día la procedencia de tal nominación, tomando como cultista la procedente de cita de un libro de historia del bachillerato de entonces: «Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza.»

Y como populista la frase, con el tiempo en desuso, frecuente entre muslaris o jugadores de mus ante una partida muy reñida, frase que suele reiterar con sorna quien cree va a ganar. Sutil anfibología, culta y popular, en el título, El reinado de Witiza, y manifiesta a lo largo de toda la narración. Estamos ante una novela de Plinio (casi un género y toda una denominación de origen), alias de Manuel González, protagonista de la saga y jefe de la policía municipal de Tomelloso, ámbito que desde su triángulo Ayuntamiento, casino de San Fernando y posada de los Portales, edificio emblemático de la ciudad (sus solaneras, columnas y almagres), se proyecta hacia el vértigo horizontal de toda la Mancha. Crear un personaje y recrear un paisaje son exigencias ineludibles para toda buena novela y eso ocurre con todas las de Plinio y muy particularmente en esta de Witiza: finalista del premio Nadal en 1967, cuasi premio de la crítica y para uno la mejor de Francisco García Pavón, amigo ya ausente. De ahí que esta tertulia, más pero no menos, sea el prólogo para la reedición que efectuará a final de año la cuidadosa editorial Rey Lear de mi presente amigo Jesús Egido. Estilo culto/castizo, ironía de buena ley e indiscutible acierto expresivo para desarrollar un originalísimo argumento policíaco capaz de mantener la suspensión de la duda, eso que llamamos suspense, hasta la penúltima página. Aparece un cadáver desconocido ocupando el panteón que tiene preparado para su suegra un notable del pueblo, desfila por el camposanto el pueblo entero para tratar de identificarlo (la presencia de las putas es entrañable estampa), desaparece el cadáver, aparece otro y se presenta alguien que no se sabe bien si es el vivo o el muerto, no se parece al rey visigodo tanto como decían. Historia negra, pero no novela negra. Estamos en España, en los años 60 del siglo pasado, tiempo en el que se escribe y al que se refiere la historia de nuestro Witiza, un tiempo en el que este diálogo hubiera sido puro realismo social:
– Caballeros, por favor, para tener la fiesta en paz no escriban de política, ni de religión ni de sexo.
– ¿Y de negocios?
– Bien, sí, de negocios tampoco.
La novela negra era impensable pues ésta, violencia aparte, requiere de policías corruptos y coches veloces. Plinio nunca podría ser el Orson Welles de Sed de mal, ni el Seat 600 de don Lotario competir con el Ford V-8 de Bonnie and Clyde. El ingenio de García Pavón para desarrollar una trama criminal o detectivesca se manifiesta espléndido al añadirle a tanta prohibición de hecho un inconveniente metafísico, el de situarla en la inmensa planicie manchega en donde nada se escapa a la vista de nadie: «Si Dios la hizo así de plana es para que nadie se oculte a su mirada». Los diálogos reflexivos de Plinio con su colaborador y amigo don Lotario, desplazando la intuición hacia la certidumbre, son los propios de la novela deductiva, el sistema más adecuado para resolver enigmas en un lugar tranquilo en el que nunca pasa nada y «no se mata más que en casos de mucha precisión». Quien pueda que no se pierda transitar por El reinado de Witiza.

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