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En tiempo de crisis magia e imaginación compiten en busca del remedio instantáneo que siempre tiene algo en común, un cierto grado de encanallamiento. Estamos recuperándonos del trauma posvacacional y son tres anécdotas/remedios, sucesos veraniegos, los que propongo para retomar las tertulias con un toque de humor negro, cualquier otro sería de mal gusto.

El primero en un vagón del metro. Entra el joven y dice:

– Señoras y señores, préstenme atención y no se alarmen, esto no es un atraco. Tampoco es lo que parece, no pido limosna. Estoy en el paro desde hace un montón de años y mi situación en este momento es desesperada. No les pido para comer, lo mío es mucho más grave. Vivo en casa de mis padres, me tratan bien, ropa incluida, pueden comprobarlo, las necesidades básicas las tengo cubiertas. Pero no tengo dinero de bolsillo, no podría ni invitarles a un café. Mi problema es gravísimo e inmediato. Mi novia se va de viaje, un crucero de vacaciones, va a dar la vuelta al mundo en un transatlántico y quiere que la acompañe. Me amenaza con que si no la acompaño antes de llegar a La Valetta me pone los cuernos y me deja para siempre. Si no consigo un pasaje la pierdo y eso acabaría conmigo, estoy enamoradísimo. El pasaje es en turista, que conste, no estoy pidiendo gollerías. Ustedes no pueden resolver el problema laboral de cinco millones de parados, tampoco el del hambre en Somalia, pero cada uno de ustedes sí puede hacer feliz a un ser humano muy concreto, a quien les habla, y qué mayor bien se puede hacer en este mundo comparable al de regalar felicidad. Por diez módicos euros no encontrarán mayor satisfacción ni en las rebajas de enero. Por favor, no sean tímidos, disfruten del placer de la generosidad y háganme feliz. Son diez euros, damas y caballeros.

El segundo en la calle. Un tipo andrajoso, pálido y malbarbado interpela a quien delante de mi camina, un tipo bien, con estas palabras: «No tengo trabajo, no tengo casa, tengo hambre, mucha hambre». El tipo bien se siente concernido y replica sobre la marcha: «Por Dios, caballero, eso tiene que arreglarlo».

El tercero en el buzón de casa. Entre los papeles de propaganda esta delicada tarjeta del Profesor Kara: «Gran vidente medium competente. Soluciona todos los problemas en 72 horas. Especialista en retorno de la persona querida, quitar mal de ojo y protección de la pareja, puede ayudar también en la salud, los concursos y a mejorar en el deporte, los negocios e impotencia sexual. Problemas judiciales, protección contra todos los miedos, accidentes de la vida. Ayuda a dejar el alcohol, el tabaco, el teatro y las drogas de forma inmediata. Minucias y trabajo. Seguridad, garantía y confianza».

Siniestro panfleto para un otoño caliente. En los periódicos un muestrario similar al de estas tres anécdotas, en las entrevistas con ciertos políticos y en muchas de las cartas al director se rastrea el mismo afán de querer solucionar problemas complejos con remedios sencillos, canallas por inviables. Me avergüenza confesar que al joven enamorado le di los diez euros y al mendigo mucho menos. En fin, ya estamos de vuelta, de vuelta y media y de vuelta a empezar.

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