Esencia

Lo habitual, cuando un grupo de personas contemplan Convergence, de Jackson Pollock –un referente del expresionismo abstracto y uno de los artistas plásticos más importantes de los Estados Unidos– y se sumergen en el amasijo de pinceladas informes y chorretones de pintura que inundan los más de nueve metros cuadrados de ese lienzo, es que alguno de esos espectadores se sienta desamparado y perdido.

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Un universo de color y de materia informe aparece delante de ellos, monumental, sin ninguna referencia, sólo puede percibirse la huella del gesto del artista que les indica el camino hacia los entresijos de su alma.

Demasiado a menudo necesitamos agarrarnos a la forma de las obras para explicarlas, incluso para justificarlas, pero deberíamos ocuparnos más, y sobre todo interrogarnos, antes de buscar un asidero para sentirnos más seguros, sobre el porqué del gesto al crearlas y sobre el alma que realmente las sustenta.

Aunque el radicalismo de Pollock pueda sorprender –cada día son menos los sorprendidos, porque cada vez él está más cerca de tener aposento en el olimpo de los clásicos–, es necesario que persista su provocación para ayudar a entender que, aunque la forma de las cosas pueda parecer lo más complejo y sólido de ellas mismas, lo que realmente las justifica es su esencia.

Los modelos, aunque dibujen con trazo firme la forma en la que se ejerza cualquier actividad y den soporte formal a una determinada realidad, nunca podrán superar en importancia a la esencia de su razón de ser, que reside en lo que esa actividad o profesión aporta. El conocimiento, la formación, la experiencia, las habilidades, la capacidad de innovación, el modelo de negocio, la adaptabilidad a los cambios, la permeabilidad a lo que sucede en su entorno son lo que realmente importa. Del mismo modo que importan las pinceladas del monumental cuadro. Todo lo demás, aunque nos dé la sensación de solidez, puede convertirse en una simple marca condicionada por los vaivenes de la moda.

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