Una de las actitudes más irritantes es la de las personas que con suficiencia sentencian una conversación en la que se describe un conflicto con un lacónico «hace tiempo que yo lo veía venir». Realmente irritante, pero lo cierto es que hay cuestiones que se divisan con absoluta claridad en el horizonte.

El debate sobre los mecanismos de fijación de precios de los medicamentos tiene múltiples caras, por lo que es una simplificación exagerada basar ese mecanismo crucial exclusivamente en el argumento de los altos costes de investigación y en un retorno de beneficios justo para que las empresas que a ella se dedican y al final a sus socios estén incentivadas para continuar con esa labor investigadora.

Es imposible realizar un análisis sobre el precio de los medicamentos del mismo modo que puede hacerse con otros bienes de consumo. Sencillamente porque los bienes de consumo lo son mientras los consumidores estamos vivos y los medicamentos precisamente son herramientas para continuar estando vivos. Un matiz que es importante tener en cuenta.

La vertiente ética de la cuestión, los límites presupuestarios de la sanidad pública y la lógica de la economía de mercado configuran ese debate complejo y crudo que se mantiene permanentemente abierto y que sólo la ausencia de situaciones extremas en las sociedades del primer mundo evita que todo salte por los aires.

La aparición de un grupo de medicamentos capaces de curar de una forma definitiva la hepatitis C es la espoleta necesaria, porque hace aflorar con toda crudeza las contradicciones que soporta el actual statu quo y que nos deben hacer reflexionar sobre la necesidad de encontrar uno nuevo. Se veía venir.

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