La etapa final de la primavera va a ser movidita. Movidita en el buen sentido de la palabra, aquel significado de la palabra que contiene la fuerza de los que quieren avanzar para mejorar. Aunque algunos, los que sean, se marean sólo con pensar que alguna cosa pueda variar de sitio, y aunque esos adalides del dontancredismo tienen todo el derecho de presentar los buenos resultados que hasta ahora ha proporcionado esa actitud delante de los distintos retos, la realidad es muy tozuda. Cada vez es más difícil creer que las recetas hasta ahora exitosas lo van a continuar siendo. Ni es creíble pensar que el sector va a ser ajeno a las presiones liberalizadoras y a los recortes presupuestarios. Algunos, los que sean, pueden continuar enterrando la cabeza en el suelo, pero no sé de ningún avestruz que haya sobrevivido al ataque de un león hambriento utilizando ese ancestral método.

En estas semanas tardo-primaverales se han celebrado, el 22 de mayo en Málaga y el 3 de junio en Barcelona, dos encuentros farmacéuticos impregnados de este espíritu innovador: el VI Congreso Nacional de Farmacéuticos Comunitarios, organizado por la SEFAC, y la «1 Jornada del Consell de Col•legis Farmacèutics de Catalunya sobre estratègia i accions per a la farmàcia 2014-2016». Sin duda alguna son dos eventos con características distintas, pero tienen en común la voluntad de conocer, estudiar, analizar y debatir las mejores estrategias para el sector desde una misma visión. La evolución y el cambio.
Sería un error monumental –ya lo es cuando muchos lo están cometiendo ahora– dividir el sector entre buenos y malos, entre modernos y antiguos, entre conservadores y renovadores. Evidentemente, aplicando el criterio más facilón: los que piensan como yo son los buenos y los que discrepan, aunque sea un poquito nada más, son los malos, malísimos, lo que no deja de ser un ejemplo palmario del más puro sectarismo.
El sector no tiene ninguna posibilidad de construir una propuesta lo suficientemente potente y creíble sin el soporte de una masa crítica de farmacéuticos, que más allá de las organizaciones que los representan, son los que se juegan su futuro. Ellos son los que necesitan una propuesta que deberá recoger todo lo bueno que ya existe y cambiar lo que ya no sirve. No es momento de revoluciones pero, del mismo modo, tampoco lo es de inmovilismos miedosos. Deberíamos estar buscando sin descanso ese equilibrio fundamental que existe entre la prudencia y la audacia. Parece imposible que exista, pero existe.

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