Un estudio realizado hace 15 años y que he releído estas semanas utiliza la metáfora de la «plataforma ardiente». En ese cuento los trabajadores de una plataforma petrolífera situada en un océano frío y alejado de la civilización han de tomar una grave decisión para afrontar un incendio imposible de controlar; el debate entre los que piensan que es mejor esperar el rescate y los que creen que lo que debe hacerse es iniciar un abandono de ésta y afrontar la incertidumbre de una travesía por las gélidas aguas sólo se decanta por esta arriesgada opción cuando se empiezan a chamuscar los pantalones.

Creo que esta descripción del mecanismo por el cual se toman las decisiones se ajusta a la realidad, pero del mismo modo creo que no nos conviene esperar mucho más a que nos llegue el aroma a chamusquina para ponernos seriamente a planificar una travesía marítima, no sea que nos quememos el trasero.

Lo que hasta ahora ha sido un debate de salón, en el que la profesión ha podido fantasear sobre cuestiones como la estructura empresarial de las farmacias y la atención farmacéutica sin tener que profundizar mucho en ellas, más allá de sesudas sesiones congresuales, debería evolucionar hacia la elaboración de un plan estratégico del sector. No nos van a valer paños calientes para afrontar una situación que, a pesar de que algunos creen pasajera, tiene toda la pinta de querer quedarse con nosotros algunos años. Algunos más, aún.

La crisis económica que está afectando al sector mediante los recortes de precios y de márgenes impulsados por una Administración apurada en sus cuentas está siendo, además de un calvario para las carteras, un acicate para poner encima de la mesa cuestiones que están en el meollo del modelo que tenemos y del que tan satisfechos estamos.

En este contexto, se empiezan a insinuar debates sobre la viabilidad económica de un sector tan capilar como el nuestro que genera un 20% de farmacias con una economía muy modesta, sobre la conveniencia de mantener un sistema de retribución ligado exclusivamente al precio del medicamento, sobre la posibilidad de crear instrumentos colectivos para poder ofrecer productos y servicios de una manera más eficiente, sobre la necesidad de diferenciación y especialización de las farmacias; en definitiva, sobre la reconversión del sector, y creo importante en este punto remarcar el sentido conservador que quiero dar a la palabra reconversión en el contexto de mi relato, porque los que se reconvierten son los que conservan el sitio. Estoy convencido de que el sector se encuentra inmerso en este proceso de debate, pero es necesario un esfuerzo para ordenarlo y sistematizarlo para que no se convierta en un guirigay. Sin este esfuerzo a lo más que podemos aspirar es a lanzar ideas bienintencionadas que corren el riesgo de quedar flotando en una nebulosa.

No voy a lanzar ideas ni a valorar alguna de las que en estos momentos circulan. Voy a intentar ser disciplinado y mantener la prudencia que exige el convencimiento de que entre una idea y un negocio hay un trecho muy largo, y la certeza de que las carteras no se llenan de ideas. Sencillamente voy a insistir una vez más en la necesidad de construir una nueva realidad, aunque sólo sea para aliviar su pena. La de las carteras.

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