Ludovico el Moro, Duque de Milán, se propuso en el siglo XV la renovación del ducado y embellecer la ciudad, de modo que pudiese competir con Florencia, Venecia, Roma y Ferrara. Entre otros contrató a Leonardo, que, según parece, estaba demasiado abstraído para trabajar como quería Ludovico, pero que al menos le hizo dos retratos magistrales de sus dos amantes favoritas: La dama del armiño y La Belle Ferronière, es decir, Cecilia Gallerani y Lucrezia Crivelli.