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  • Anatomía de la melancolía

Robert Burton (1577-1640) fue un clérigo inglés, autor de un libro singular, titulado Anatomía de la Melancolía (1621). Nació en Lindley, Leicestershire, y pasó la mayor parte de su vida en Oxford, primero como alumno y más tarde como profesor. La primera edición inglesa tenía 900 páginas, la última 1.500, que incluyen 13.333 citas de 1.598 autores diferentes. Una obra laberíntica y barroca, que fue muy alabada por Borges, otro autor amante de los laberintos, las bibliotecas inabarcables y las ficciones bibliográficas.

El propio Burton era un melancólico: «Yo estaba no poco molesto con esta enfermedad a la que llamaré mi Señora Melancolía, mi Egregia o mi Genio Maligno, malus genius. Y por esta causa, como aquel a quien le pica un escorpión, sacaría "un clavo con otro clavo"». Para el melancólico Burton, la melancolía es el gran mal de la humanidad, un océano de sufrimientos y sus dolores exceden todo lo imaginable.

Las ideas de Burton eran las habituales de la medicina de su época, que postulaba la existencia de cuatro humores y cuatro temperamentos. Los temperamentos son la consecuencia del predominio de uno de los cuatro humores del organismo. El hombre que tiene demasiada bilis negra será melancólico y tendrá una predisposición enfermiza. En él hay un exceso de tierra, fría y seca, las características menos vitales, por lo que el melancólico será durante toda su vida un ser condenado a la enfermedad, tanto del cuerpo como del espíritu. Los flemáticos son aquellos en quienes predomina el humor flema, personas apacibles, en las que impera el agua, fría y húmeda. Un exceso de sangre determinará un temperamento sanguíneo, vital pero al mismo tiempo potencialmente peligroso, y el predominio de la bilis amarilla hará que las personas sean coléricas, con mucho fuego, cálido y seco.

Las causas de la melancolía son múltiples: una intervención divina o constelación astrológica, dietas incorrectas, estreñimiento crónico, desarreglos sexuales, menstruaciones irregulares, todo tipo de fantasías y también el exceso de estudio. Pocos autores han criticado con mayor severidad las nefastas consecuencias de una vida dedicada al estudio, tema que Burton conocía muy bien, puesto que él mismo, melancólico insigne, se pasó la vida estudiando y recopilando las múltiples citas con que jalona su obra. Para Burton, el amor y el estudio son las dos actividades que con mayor frecuencia conducen a la melancolía y a la insatisfacción, a la frustración y al desengaño. Como consecuencia de sus planteamientos, puede hacerse una lectura «moderna» de Burton: atribuye una base fisiológica a la melancolía y considera que el amor, con sus derivaciones fantasiosas y románticas, es causa de muchas enfermedades psicosomáticas.

Nadie ha aportado mayor número de citas sobre los riesgos del amor y del estudio. Para él, la meditación y la contemplación son causa de locura. Por eso describe a los estudiantes como «filósofos tristes y austeros», severos, secos y tétricos. Cita a Patricio, quien no aconsejaba que los príncipes fueran estudiantes, y a Maquiavelo, para quien el estudio debilita los cuerpos y abate su fuerza y coraje, por lo que los hombres muy instruidos nunca son buenos soldados: «Las muchas letras te vuelven loco». Los estudiantes consumen su vida estudiando con demasiada vehemencia, rehuyendo distracciones y placeres, haciéndose sedentarios, secándose vitalmente, sumergiéndose en un mundo de ideas incompatibles con la vida. Por eso, según muchos autores, los estudiosos, los hombres de letras, las personas muy cultas e instruidas, los poetas, son personas que no conocen el amor ni la fortuna y muchas veces acaban en la mendicidad, en la miseria. Leer al estudioso Burton es posiblemente el mejor antídoto contra el estudio: «Y hasta el día de hoy, todo estudioso es pobre; el craso oro escapa de ellos y va directamente al burro».

Y para terminar, dos citas sin desperdicio del melancólico Burton. Una: «Nada más peligroso para los hombres comunes que la flatulencia de los monarcas». Dos: «Quien se desploma desde lo alto de una montaña no corre tanto peligro como quien se hunde en el golfo del amor».

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