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Homeopatía: hoy como ayer

En fecha reciente, el diario El Mundo publicó un artículo sobre homeopatía, método que, tras doscientos años de vida, sigue creando división de opiniones.

Marisol Adonis

Marisol Donis

Farmacéutica y criminóloga

Homeopatía: hoy como ayer
Homeopatía: hoy como ayer

Su fundador fue Samuel Hahnemann en 1796, con la idea de curar sin dañar. Se trataba de diluir un principio activo repetidamente en alcohol o agua destilada, y así los compuestos actúan por la «memoria» del agua porque las moléculas de ésta, supuestamente, almacenan las propiedades curativas. Sin embargo, después de doscientos años, estos argumentos no acaban de convencer a todos. Sus detractores aseguran que no existe evidencia científica.

Hoy como ayer. He leído en unas revistas científicas de 1827 y 1835 comentarios desfavorables casi calcados a los de ahora, en pleno siglo XXI. Manifestaban con asombro que, si hasta entonces la medicina se fundaba en el principio contraria contrariis curantur, la doctrina homeopática creada por Hahnemann se fundaba en el opuesto similia similibus; es decir, que para obtener la curación de cualquier enfermedad debe buscarse un medicamento que sea capaz por sí solo de provocar una afección semejante a la que tratamos de combatir. Se preguntaban entonces si, para paliar los vómitos, había que administrar un vómito y, para combatir la diarrea, tomar un purgante; eso sí, todo en cantidades diminutas.

Los homeopáticos de esos años suponían que las curaciones obtenidas por los demás médicos se debían a la casualidad.

El método empleado era el siguiente: los síntomas eran para el médico homeopático la única guía para la clasificación de la enfermedad y la elección del remedio. Para conocer las propiedades de varios medicamentos, era necesario usarlos primero en el hombre sano y anotar los efectos que le producían. Samuel Hahnemann lo practicó así consigo mismo y con varios individuos, probando un número considerable de sustancias pero administrándolas de una en una y en estado de pureza. Cuando el médico trazaba el cuadro de la enfermedad, y una vez escogido ya el medicamento que produce en el hombre sano los síntomas más semejantes a lo que querían combatir, aseguraban que desde ese momento el método homeopático obtenía mejores resultados que las demás doctrinas conocidas.

Para Hahnemann era inútil e incluso nocivo emplear los remedios en grandes dosis, y defendía que las menores cantidades bastaban para combatir enfermedades.

El médico militar vallisoletano Antonio Hernández Morejón (1773-1836) se unió a los detractores de la homeopatía, y señaló que ya Cervantes en el Quijote daba muestras de conocer el fundamento de la homeopatía, no estando de acuerdo con ella y defendiendo la idea de que los contrarios se curan con los contrarios. Morejón se refería a Hahnemann como «ese moderno sectario que pretende fascinar hoy a la juventud incauta presentando una doctrina como nueva, conocida muchos siglos hace en España».

Ni defensores ni detractores. Alguien neutral dio carpetazo al asunto afirmando que el valor terapéutico de la homeopatía sólo puede ser apreciado por los hechos, y éstos, los publicados hasta entonces, eran todavía poco numerosos para poder sacar de ellos ninguna conclusión decisiva (1827).

En marzo de 2016, se leen conclusiones como ésta: hay pocos estudios, pero ¿con qué recursos se cuenta para financiar la investigación? Nadie niega que haya evidencias científicas, pero posiblemente no sean suficientes.

Lo que está claro es que, para demostrar que un medicamento es útil, tiene que demostrar su eficacia. Lo defendían en 1827, y lo defienden ahora.

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