La idea de este artículo surgió hace año y medio. Desgraciadamente desde entonces mi vida ha girado casi en exclusiva alrededor de la receta electrónica, ocupando la memoria de mi ordenador términos hasta entonces desconocidos para mí, de los que un boticario no necesita, y muchas veces no quiere saber nada. Así es la vida y espero, o más bien deseo, que sea para bien.

Bryan Ferry iba a iniciar por entonces una gira por España y me imaginaba a quienes me conocen pensando «ya está otra vez Juande hablando de música de los ochenta y noventa». Pero no, esta vez se equivocaban. No iba a hablar de Roxy Music. Sus canciones me gustan, aunque no me traigan tan buenos recuerdos como los que narra Fernando Márquez en Aquella canción de Roxy. Tampoco iba a criticar a su solista y menos en un tono políticamente incorrecto como el de Siniestro Total en Más vale ser punky…
Quiero escribir sobre el cine Roxy (el cinema Roxy, como se llamó muchos años) de mi ciudad, de Valladolid. Se trata del último cine histórico de la ciudad. Desde 1936 ha traído las películas de estreno al centro de Valladolid, durante mucho tiempo a una sala en dos niveles de más de mil localidades, que en los últimos veinte años se dividió en dos salas menores, buscando sortear las dificultades económicas que empezaba a sufrir el sector. Es, casi desde su inicio, una de las sedes del Festival Internacional de Cine de Valladolid, un festival modesto en cuanto a glamour, pero grande en calidad artística.
Brillaba en una época en que Valladolid tenía el mejor ratio de butacas de cine por habitante de las capitales de provincia españolas. Llegaban los últimos avances técnicos a nuestras salas a una velocidad impensable para otros sectores. Disfrutamos con los primeros sistemas Dolby, surround, sensurround... Todavía recuerdo cómo temblaban las butacas del Vistarama (otro de los clásicos que ya cerró, ahora convertido en supermercado) con las bombas y los torpedos de la batalla de Midway.
Después ese brillo se fue apagando, cambiaban los hábitos de la población, se empezaron a abrir multicines y se hizo cada vez más difícil encontrar una pantalla de aquéllas gigantescas que fueron tan frecuentes en los setenta y los ochenta.
Los centros de las ciudades se fueron despoblando de residentes y el ocio fue en su busca a los centros comerciales. Apareció Internet y convertimos en costumbre un delito como la piratería. Así, poco a poco, fueron apagando sus luces los cines históricos del centro de la ciudad, hasta el 8 de enero de 2014, que echó el cierre el último, el Roxy, proyectando para la ocasión la magnífica, entrañable y muy apropiada Cinema Paradiso.
Curiosamente, pocos días antes, el Colegio de Farmacéuticos organizó allí una sesión infantil de Navidad para los hijos, sobrinos y nietos de los colegiados, que asistieron, seguramente sin saberlo, al cierre de una época del cine vallisoletano.
Me pongo nostálgico, pero no voy a derramar lágrimas de cocodrilo, porque, como muy bien apuntó un lector de un medio digital de Valladolid, si los que lamentábamos el cierre hubiéramos ido una vez a la semana o incluso una al mes al Roxy, seguramente habríamos conseguido que ese negocio siguiera siendo rentable.
Para finalizar, una moraleja: si en nuestra vida, en nuestra profesión y en nuestro trabajo no hacemos nada por adaptarnos y evitarlo, el signo de los tiempos nos arrollará y sólo podremos entonces lamentarnos.

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